Rafa Nadal Superstar, o todos los calificativos positivos que se quieran poner. Agotaría cada adjetivo de la Real Academia de la Lengua, porque lo que está haciendo el manacorí en Roland Garros es sobrehumano. Superándose una vez más a sí mismo, poniendo a raya a su enemigo más temible, ha conquistado por novena vez París, siendo el primer hombre además que gana cinco veces consecutivas en la capital francesa. Ha sepultado las estadísticas del sueco Bjorn Borg, que le entregó la Copa de los Mosqueteros tras vencer a Novak Djokolvic por 3-6, 7-5, 6-2 y 6-4 en 3h.31'.
Nadal suma su decimocuarta corona del Grand Slam igualando a Pete Sampras. Ya sólo ve delante las diecisiete de Roger Federer. Son 64 títulos en el total de su carrera, llegando a la altura, también en este capítulo, de Sampras y Borg, con quienes comparte la quinta plaza histórica. De esos triunfos, 45 en tierra batida, a uno solo del récord de Guillermo Vilas.
Y ha vencido en 67 de 68 encuentros en Roland Garros, incluidos los últimos 36. A sus 28 años recién cumplidos Rafa Nadal es leyenda viva. No importa que viniera con los peores resultados en arcilla desde 2005, cuando llega el momento con mayúsculas, ahí está el supercampeón.
Las cifras emborrachan. Dan fe del alcance de la figura de Nadal, pero se quedan cortas para explicar las capacidades del manacorí. Sublime su reacción ante la adversidad. Y cuando tomas las riendas de una cita, ya no las suelta. Djokovic, su rival más peligroso, empezó dominando la final, se apoderó de la pista ante un Rafa anclado demasiado atrás de la línea.
6-3 en 44' para el serbio. Nadal podía haber acusado el golpe, pero él está preparado para las batallas largas. Dio un paso adelante, el que necesitaba su tenis para hacerse más agresivo. Paulatinamente fue ganando terreno a 'Nole'. No remató el segundo parcial el español con 4-2 y saque, porque sufrió el 'break', pero sí con el 7-5.
Una hora 45 minutos bajo el sol, con temperaturas cercanas a los 30ºC y una humedad del 70%. Una tarea inhumana por la intensidad en el juego y la tensión propia de la magnitud del acontecimiento. Porque Nadal defendía su reinado y el número uno mundial, así como la opción de acercarse a los 17 de Federer, pero no hay objetivo más importante para Djokovic que convertirse en el octavo hombre que completa un Grand Slam. En la lista sí están Nadal y Federer.
Mucha exigencia, y Djokovic sufriendo el calor y el respeto que infunde Nadal en Roland Garros. Menguó el serbio, que acabó estampando la raqueta contra el suelo con 4-2 Nadal en la tercera manga. También se quitó la gorra. Todo le molestaba, sobre todo un rival asimismo peleándose contra el agotamiento físico y mental pero con una vida más. En la pista, ese extra que diferencia a Rafa del resto de los mortales.
Pedían líquido y suplementos vitamínicos los tenistas, collarines de hielo para aplicarse en el cuello durante los descansos. Una auténtica batalla. Nadal, más entero, pegando suelto. 4-2 en la cuarta manga. Pero en un 'smash' Rafa siente que la amenaza de calambres en el gemelo es una realidad. 'Nole' no quiere rendirse, rompe el servicio de Rafa, 4-3, y pone el 4-4.
Tres horas y 18 minutos de tortura mutua pero también de deporte colosal, por tenis y especialmente emotividad. El clásico más repetido de todos los tiempos levanta a los 17.000 espectadores de la Philippe Chatrier. Un 42º capítulo (23-19 Nadal, 6-0 en Roland Garros) de los que se recordarán siempre.
5-4 Nadal. Sirve Djokovic para la supervivencia. Derecha mala del serbio, primer 'match-ball', punto de campeonato. Doble falta de 'Nole'. El más fuertes es Rafa Nadal, que se arrodilla. Lágrimas y salto a la grada para abrazarse con los suyos. Nadal es único. Está vacío por dentro, sin fuerzas, pero ha hecho el esfuerzo que precisaba para ser el amo y señor de Roland Garros.
